Es común leer que el juego es el trabajo de los niños o la tarea más seria para ellos, pero más que dejarlos jugar todo lo que quieran, la verdadera riqueza para el niño o la niña está en jugar con sus padres.
Como adultos, podremos tener nuestra propia opinión sobre jugar y muchos podrían pensar que hacerlo es una pérdida de tiempo o algo sin importancia.
Jugar es mucho más importante de lo que todos creemos y el tiempo invertido jugando con nuestros hijos, traerá cuantiosos dividendos emocionales y cognoscitivos en el largo plazo.
Cuando jugamos con nuestros hijos se fortalece nuestra relación con ellos y el vínculo familiar porque nos ofrece una oportunidad para comunicarnos abiertamente sin presiones. Al relajarnos jugando, somos capaces de escuchar más empáticamente y prestar atención a los pequeños detalles del comportamiento de nuestros hijos. De esta manera conoceremos más y entenderemos mejor sus actitudes y respuestas.
Jugando tenemos oportunidades para elogiarlos por sus esfuerzos y por lo que hacen bien, así como para enseñarles a conseguir lo que desean y ayudarlos a conocerse a sí mismos.
El mensaje que transmitimos a nuestros hijos cuando jugamos con ellos es “me importas y me importa lo que a ti te gusta”. Ese momento diario que dedicamos exclusivamente a convivir con ellos significa una tremenda contribución para la construcción de su autoestima.
El juego con nuestros hijos es algo que inicia desde que logramos motivar en ellos su primera sonrisa, su primer “agú” o su primer movimiento consciente de las manitas.
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